EL FRAUDE ACADÉMICO: MANIPULACIÓN DOCUMENTAL Y DESINFORMACIÓN DESDE LA CÁTEDRA

Publicado el 6 de febrero de 2025, 23:53

EL ENGAÑO ACADÉMICO AL DESCUBIERTO: UNA CUESTIÓN DE ÉTICA Y VERACIDAD

 

Denuncia ante la manipulación y falsedades de un catedrático universitario

Es inadmisible que un catedrático como Juan Antonio Ríos Carratalá, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Alicante, cuya labor debería regirse por la ética y el rigor académico, utilice su posición para difundir falsedades y distorsionar la historia con fines ideológicos, reescribiendo la vida de determinadas personas y lo que les tocó vivir, como Antonio Luis Baena Tocón. Su prestigio académico le otorga una autoridad que muchos aceptan sin cuestionar, lo que agrava el impacto de sus manipulaciones y falsificaciones documentales.

Lejos de ser un desliz puntual, su actuación responde a un patrón sistemático de tergiversación. Ha construido un relato basado en la manipulación de documentos históricos y la difusión de información sesgada, reescribiendo la vida de algunas personas y lo que les tocó vivir, seleccionando meticulosamente qué hechos presentar y cuáles omitir para ajustar la realidad a su narrativa. Si bien se apropia de fuentes históricas, no las analiza con el rigor que exige su posición, sino que las descontextualiza y reinterpreta arbitrariamente, desestimando cualquier evidencia que contradiga su discurso.

Un abuso de autoridad académica

Cuando se le pidió retirar ciertos artículos con falsedades evidentes (afirmó que solo uno le afectaba), en lugar de responder con transparencia y honestidad, como cabría esperar de un académico, recurrió al engaño. En vez de asumir su responsabilidad, fingió disposición para corregir la situación, pero en realidad reaccionó con enojo y se escudó en un supuesto ataque a la libertad de expresión y de cátedra para justificarse. Además, adoptó una actitud de superioridad y victimización, mientras continúa difundiendo versiones manipuladas.

Su estrategia es clara:

  • Presentarse como víctima de censura cuando en realidad es él quien limita el acceso a la verdad.
  • Desacreditar a quienes lo cuestionan con ataques personales y difamaciones.
  • Manipular la opinión pública a través de círculos académicos, políticos y mediáticos que respaldan su visión.

Paradójicamente, mientras se autoproclama defensor de la memoria histórica, en realidad la manipula y la instrumentaliza. Su versión distorsionada afecta especialmente a personas que fueron víctimas de una dictadura, convirtiendo sus tragedias en herramientas para un discurso parcializado. En su afán por sostener su relato, lanza acusaciones sin pruebas contra individuos, presentándolos como oportunistas que se beneficiaron de regímenes autoritarios.

Entre sus tácticas más comunes, descalifica a sus víctimas atribuyéndoles:

  • Intereses personales y ansias de ascenso profesional basadas en el colaboracionismo.
  • Actitudes represivas, tergiversando hechos y omitiendo el contexto histórico.
  • Supuestas dobles personalidades para desacreditar cualquier rasgo positivo en sus biografías.

Pero su campaña no se limita a quienes han sido objeto de sus escritos; también ataca a quienes le han denunciado. Acusándolos de querer silenciarlo, busca desacreditarlos con falsedades, apoyándose en el corporativismo universitario y en sectores políticos afines para mantener su posición de impunidad.

La verdadera censura y la responsabilidad académica

 

Resulta irónico que quien se proclama defensor de la libertad de expresión sea quien realmente la restringe. Mientras se otorga el derecho de difundir falsedades sin consecuencias, niega la posibilidad de réplica a quienes se han atrevido a señalar sus errores. La universidad, que debería ser un espacio de debate basado en la verdad y el rigor, se convierte así en un escenario de manipulación donde la autoridad se usa como un escudo para evadir el escrutinio.

 

No se puede permitir que el prestigio académico sirva de justificación para la desinformación y la distorsión histórica. La búsqueda de la verdad no es censura, sino una exigencia ética y profesional. La verdadera libertad académica no radica en la impunidad para mentir, sino en la responsabilidad de sostenerse en hechos verificables y en el respeto por la historia y quienes la vivieron.