Mentiras y Rectificaciones: La Otra Cara de la Libertad de Expresión.
Cuando la Verdad Molesta: Manipulación y Desinformación Académica (el caso Ríos Carratalá)

Un mal día para la libertad de expresión. Así titula su publicación de hoy el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante, Juan Antonio Ríos Carratalá, en su web Varietés y República.
En ella, publica una captura de pantalla de mi perfil de Facebook, correspondiente a una conversación dentro de un foro con un interlocutor concreto, Julio Panea, y no a una publicación general.
Tras mi respuesta en ese conversación privada, el catedrático reaccionó con un nuevo artículo en su web, asegurando, entre otras cosas, que la información que compartí era incierta y que la he eliminado. Sin embargo, al revisar mis publicaciones, compruebo que nada ha sido eliminado, pese a sus afirmaciones en sentido contrario. Quizás se haya borrado el artículo original al que respondió, lo cual demostraría mi buena voluntad, muy distinta a su proceder. Aun con mis reservas sobre la veracidad de sus palabras, reconocí que pude haber cometido un error y no tuve inconveniente en rectificar y asumirlo.
Lo que sí es seguro es que la rectificación se realizó en el mismo foro, ante la persona aludida, Julio Panea, e incluso mediante una nueva publicación, de forma inmediata y verificable. Está bien visible por todo aquel que quiera verlo. Si el Sr. Ríos Carratalá no quiere reconocerlo, es problema suyo. Hasta donde sé, tiene problemas de audición, no de visión. Quien no quiere ver, simplemente no ve.
A él no le interesa que haya corregido mi error; le interesa repetir su versión para desacreditarme. Aun así, acepté su observación, admití que mi contenido era erróneo y publiqué otro artículo rectificándolo en los mismos medios y bajo las mismas condiciones en que se produjo el error. Incluso dirigí un comentario expreso a Julio Panea, quien puede corroborarlo.
Pero Ríos Carratalá solo retiene lo que le conviene. Utilizó esa captura de pantalla en el juicio celebrado en octubre, pese a que no tenía relación con lo que allí se debatía, igual que muchas otras cuestiones que introdujo sin pertinencia alguna. Su abogado lo sabía, pero expuso su discurso sin restricciones. En cambio, mi abogado se ciñó estrictamente al procedimiento, quizás con exceso de rigor para mi gusto. Como era previsible, algunas de sus afirmaciones fueron reflejadas en publicaciones de redactores a los que él mismo califica como "amigos".
Lo que hice es lo que él debería haber hecho: rectificar cada falsedad que ha difundido y todas las cuestiones en las que se ha inmiscuido sin motivo, con la misma intensidad y en los mismos espacios donde divulgó su versión.
Su actitud demuestra que considera la libertad de expresión, la de cátedra y cualquier otro derecho como privilegios exclusivos suyos, aunque formalmente lo desmienta, mientras que los demás no merecemos ese mismo respeto. Se sitúa por encima de todo y de todos, como hacen quienes, pese a presentarse como progresistas, son profundamente absolutistas e intolerantes. Su postura es clara: lo que él dice es la verdad absoluta e indiscutible.

De cara a la galería, presume de estar abierto al debate y al diálogo, pero los hechos lo desmienten. Cuando todo esto comenzó y me puse en contacto con él, intentó engañarme. Me aseguró que retiraría voluntariamente los enlaces que me afectaban, pero sabía que había escrito muchos más textos con contenido aún más comprometido. Su estrategia fue montar un espectáculo en la Universidad de Alicante, como me confirmaron otros catedráticos, y difundir la idea de que yo atentaba contra la libertad de expresión, defendía la censura, pretendía reescribir la historia o incluso borrar archivos históricos. Todo ello está reflejado en los medios. Así dio paso a una campaña de desinformación en la que periodistas replicaron sus falsedades sin cuestionarlas, en contra de lo que dicen sus bonitos códigos éticos.
Este señor debería haber actuado a como actué con algo que no era cierto: reconocer sus errores en los mismos medios y con la misma intensidad con que los cometió. Gracias a él, circulan en los medios muchas falsedades sobre mi padre, y lo harán durante mucho tiempo. Están en sus libros, en textos de la universidad y en instituciones académicas que comparten su material.
Asegura que rectificó sobre la condición de funcionario de mi padre, pero nadie se ha enterado. De hecho, persiste en su cinismo al justificar que "llamar funcionario a alguien cuando no lo es no menoscaba su honor". Fuera de contexto, podría estar totalmente de acuerdo. Pero cuando se afirma que alguien fue funcionario sin formación, voluntario para firmar penas de muerte (a cambio de fines de semana libres), y que ascendió por servicios prestados al régimen, obteniendo sueldos elevados y promociones meteóricas, ya no hablamos de una simple imprecisión, sino de una manipulación deliberada.
Por cierto, mi padre no se llamaba "alférez". Fue alférez en un período de tiempo dentro de su servicio militar, pero su profesión no fue la de militar, sino la de abogado, aunque le pese al señor Ríos Carratalá, aparte de haber sido funcionario de Administración Local. Y su titulación no fue un "regalito" de Franco, como insinúa. Se licenció en Derecho en junio de 1936, en contra de lo que afirman sus "rigurosas investigaciones académicas".
Tengo entendido que el catedrático hizo el servicio militar. No sé si obtuvo algún rango más allá de soldado, pero siguiendo su lógica, podríamos referirnos a él como "soldado Juan Antonio Ríos Carratalá" o, si tuvo alguna graduación superior, como "sargento Ríos Carratalá", por ejemplo.
Las mentiras son como las cucarachas: cuando descubres una, hay muchas más detrás.
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